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Teoria sin Analisis

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Teoría sin Análisis
Por Mono

El gen S, el fenómeno, el milagro, la oportunidad de todos y a la vez de sólo unos cuantos. Es difícil catalogarlo como todo lo anterior mencionado, ya que la palabra que más escuché de labios de la mayoría siempre se traducía como: injusto. Era injusto que los súper poderes “útiles” fueran escasos mientras que más de dos docenas dentro del promedio se quedaban con las “sobras.” En verdad esperaba estar entre la categoría ganadora, buscaba volar, lanzar fuego por los ojos, crecer diez veces mi tamaño, ¡o las tres cosas a la vez! Mi habilidad fue analizada con detenimiento pues no sabían en qué lado colocarme. Parecía obvio en retrospectiva pero eso sólo era debido a que veían mi talento desde un punto de vista socialmente interesante y no como uno práctico.

Puedo ser capaz de tomar cualquier código y cualquier señal electrónica y simplificarlos de una manera que sea entendible.

Es decir, si el enemigo (no importa el lado) tratase de enviar un mensaje codificado a uno de sus aliados, con tan sólo escuchar los cortes de la señal eléctrica o de observar las aparentemente incoherentes palabras en orden aleatorio puedo traducir todo ello a una frase u oración. Inmediatamente me volví un instrumento de suma importancia para el gobierno pues mi margen de error es de cero. Sí, soy incapaz de cometer un error cuando se trata de mi habilidad. No necesité entrenamiento alguno ni asesoría de ninguna clase, sólo me dieron un gafete, un número de cuenta, me asignaron a un equipo, y nos pusieron en marcha.

Es bastante curioso cómo a pesar de tener completo control sobre las comunicaciones y la inteligencia aún eres relativamente inútil cuando se trata de lidiar con supervillanos. Generalmente interceptaban los mensajes, las llamadas, los correos de quienes nos enfrentábamos, les decía lo que significaban en verdad — lo cual no era mucho —, y los demás iban a aprehenderlos. Evan, Héctor, Alejandra, Aurel, y Sunan hacían una redada en el edificio mientras yo me quedaba con el resto de los humanos en un lugar cercano pero seguro. Sólo tenía un arma de fuego en caso de que las cosas se pusieran feas, practicaba con ella constantemente en el campo de tiro pero únicamente llegué a utilizarla en una ocasión; cuando en plena fuga uno de los supervillanos se estrelló por accidente en la casa abandonada donde colocamos el equipo de vigilancia. Había escombros por todas partes, el generador estaba dañado, y sólo veía a través de los parpadeos que hacía un cable de electricidad que nosotros habíamos traído. Apuntaba a la oscuridad mientras gritaba las voces de los demás.

— A-A-A… Ayu-Ayuda…

El gemido provenía de debajo de restos muy grandes de ladrillos, era el técnico principal, la persona que más agradaba de los tres que nos quedamos en la casa. Traté como nunca de quitarle cada ladrillo que lo aprisionaba, pero sólo pude ir tan rápido y su voz se desvanecía cada vez más. Le dije que él estaría bien.

— De-De-Descuida… Haces, haces lo-lo-lo-lo mejor que-e puedes— respondió.

Traduje inconscientemente sus palabras de estímulo en: “¡Sácame de aquí! ¡No quiero morir!” Jamás les dije que también podía descifrar el lenguaje corporal y hablado. Sabía cuándo alguien era descortés o abiertamente insultante, hiriente o simplemente mentiroso. Omití eso de mi currículo como un seguro; ¿quién no quisiera saber cuándo el gobierno le está mintiendo entre dientes? Mi entrenamiento no cubría la rapidez necesaria para quitar una montaña de ladrillos de encima de una persona, así que no tardé mucho en desesperarme cuando veía que Michael dejaba de moverse. Su último “Uff...” se puede traducir de una forma rudimentaria a un doloroso “Inútil.” Continué por otros minutos hasta que dejé que la ira y el llanto me detuvieron, parecía que esta combinación, además de aderezar al peor día de mi carrera, atrajo la atención de la persona que ocasionó la caída: Albert Polanski, “Fireball.” Le disparé cuatro veces tan pronto entró en mi línea de visión, aunque dos de esos tiros le dieron estos no surtieron efecto. No era muy inteligente usar el plomo con alguien que lo derretía con tan sólo tocarlo. Vacié mi cargador en él, pero seguía moviéndose en mi dirección, murmurando:

— Dime… — parecía estar lastimado —. Tú… ¿Tú estás con esos zopencos?

No le contesté, ni siquiera para decirle que se alejara. No por un acto de valentía, estaba aterrada de decirle algo así que dejé que mi arma continuara hablando en mi lugar. Albert siguió ignorando los disparos, incluso si uno de ellos había chocado con su frente, y yo retrocedí esperando que no hubiera una pared detrás de mí, por suerte había un agujero que daba a la calle, lo suficientemente grande como para correr. Al dejar el edificio evité que una explosión me envolviera, grité los nombres de los demás con la esperanza de que Albert escapase por una razón más que válida.

Por un momento pensé que en verdad era la última que quedó, al menos hasta que el viento silbó cerca de mi cabello y supe que todo estaría bien. Al voltear vi cómo Evan corrió hasta donde estaba él, sostenía un bastón hecho de hielo (cortesía de Héctor) y con él rebanó el brazo con el que Albert había estado apuntando en mi dirección, y mientras éste estaba gritando de dolor una de las paredes del edificio le cayó incidentalmente encima, sofocando la llama que solía ser él. Por supuesto, Aurel tenía que rematar con alguna línea oportuna:

— Espero que no te haya molestado un poco de calentamiento mientras llegábamos.

Bufé humorosamente, recuperaba el aliento y me limpiaba el sudor frío mientras a la vez confirmé el “¿estás bien?” que trató de decirme. Adorable imbécil arrogante. ¿Esa es una buena descripción? No soy tan impertinente como él, yo aún disfrutaba lo que hacíamos, cada día era una aventura y cada día aprendía algo nuevo. Aunque eso último no siempre fue algo necesariamente bueno. Veíamos lados oscuros de la política y la sociedad, cada discurso de ayuda a los necesitados se volvía en una campaña de reelección, el ‘estaré en el trabajo’ se tornaba en “iré con mi otra esposa” — y por supuesto que tengo ejemplos más escabrosos pero no me siento cómoda diciéndolos.

La última vez que pude ver a todos fue luego de una misión particularmente peligrosa, debíamos detener [extraoficialmente] en un país extranjero una red de crimen organizado, y cuando nos dicen detener significa destrozar. No, ese no era mi habilidad traduciéndolo, eran palabras tácitas y directas… dichas con indirectas.

Los miembros de dicha organización estaban conformados por más súper humanos que humanos corrientes así que era evidente que esta misión no sería una sencilla. Pasamos dos días en los que ideamos un plan que aparentemente nos daría una ventaja que acabaría con todo en unos cuantos minutos, pero ya todos sabemos lo que pasa cuando planeas algo con detalle: algo saldrá mal. Un percance con una botella rota puso en riesgo la operación, Evan se vio obligado a eliminar con rapidez a todos los blancos que pudo en el exterior pero olvidó uno en la azotea; el que puso a todos adentro en alerta.

Tardamos una hora más de lo esperado, una hora en la que Evan recibió una gravísima herida en una de sus piernas, una hora en la que Sunan estalló en llamas para acabar con el jefe del lugar, una hora en la que las autoridades locales lograron colocarle una bala en el corazón a Héctor, y una hora en la que a duras penas logramos llegar a la casa de seguridad.

— ¿Cómo está? — pregunté a un exasperado Aurel que sostenía en el aire a Evan, con las pocas energías que tenía, tratando de no moverlo más de la cuenta.

— Estará bien — dijo mientras lo ponía en la mesa —, si puede gimotear así supongo que estará bien.

Él estaba preocupado.

Alejandra entró después, tenía un desgarre en el hombro y no paraba de sangrar por él. Su factor regenerativo parecía dificultarle las heridas que involucraban ácido.

— Descuida, no es nada — me dijo. El “ya no importará en unos minutos” me hizo suponer que sanar le tomaría más tiempo del habitual.

Llamé por radio sobre lo ocurrido y nuestra situación — ya que yo era lo más cercano que había a un apoyo —, ellos me dijeron que llegarían en un par de minutos, y así fue. Un pequeño equipo de siete personas llegó en poco tiempo, el paramédico revisó a Evan y a Camila en busca de cualquier herida, aunque el chequeo de ella sólo era por rutina quien en verdad necesitaba ser intervenido era quien estaba en la mesa desangrándose lentamente. Le dio un anticoagulante a Evan y una chupeta, pero Aurel fue quien se quedó con esa.

— Descuiden, estarán bien — mencionó el paramédico —. Pronto estarán a sal-

Quien interrumpió esta vez fui yo. Le disparé al médico en la cara ante mis amigos, que claramente estaban sorprendidos, y ante un grupo de personas, que no tardaron en apuntar sus armas a todos nosotros.

— ¡CÚBRANSE! — exclamé mientras sacaba provecho de mis prácticas de tiro. No era la mejor, pero pude posicionar dos balas más en el cuerpo de otro de estos pseudosoldados  y continuar con esa racha, todo mientras Aurel colocaba un muro entre ambos grupos.

Mis balas salían pero las de ellos no. Caían de uno por uno, pero la euforia del momento no se comparaba con las ganas de salir de allí con vida, un sentimiento que me hicieron olvidar de un detalle importante: sólo había dos personas de fiar de este lado. Tan pronto como iba a tratar de corregir eso me encontré con el frío y redondo acero de un sai que atravesó mi estómago. El dolor fue indescriptible, la sangre no tardó en hacerse presente mientras trataba de moverme. Ni siquiera pude sostener mi arma por más tiempo.

— Te dije que no importaría más — Alejandra me murmuró. Yo sólo me limité a escupir más sangre y a ver por el rabillo del ojo cómo una nube de color naranja envolvía su cuello para después escuchar un ruidoso crack.

En el suelo, aún con el arma ninja en mi estómago, intenté decirle a ambos que huyeran de allí pero Evan apareció frente a mí y trató de detener la sangre. Escuché gritos hechos por voces que no reconocía y entre ellos pude distinguir la palabra ‘bomba,’ Aurel pareció notarlo también y por ello intentó apresurar a su estúpido novio para que abandonaran el lugar. Por supuesto que el velocista no quiso hacerlo hasta que el otro lo noqueó de un golpe.

— Lo lamento mucho — fue lo último que escuché antes de ver a la pared acercándose hacia donde estaba. Al menos espero que la otra vida sea más complicada de descifrar.

Antes de avanzar con la novela que intento escribir quise volver a revisitar el mundillo de superhéroes que les propuse hace unos días  y tratar de expandirlo un poco más. Espero que este intento les agrade ya que tengo mis dudas sobre él. De nuevo, cualquier crítica es bienvenida.
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