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Patriotismo Artificial
Por Mono
Un aniversario luctuoso, ése debería ser un mejor nombre para estas fechas. He llegado al punto de ignorar estos días de una manera mucho mayor que como lo hago con las épocas decembrinas; durante la euforia de los regalos, aunque en esos días de Diciembre puedo dejar que el frío entumezca mis quejas.
Ahora sólo me cuesta trabajo dejar que el alcohol o la comida típica me anime. No hay mucho que hacer en un pueblo pequeño. A no ser que las opciones permanezcan sospechosamente limitadas. Agregaré las visitas dominicales a la iglesia en esta vaga lista.
El eco del bar nunca beneficia a las tonadas vocales del cantante, todas y cada una parecen estar fuera de tono. No parecía que los tragos secos de tequila le beneficiaran en absoluto. En cambio, los instrumentos se lucen por encima de una actuación mediocre, aunque debo de admitir que si pudiera reducir su volumen lo haría en un respiro.
¿Que qué hago aquí? Pues las celebraciones familiares repiten la misma fanfarria que cada año, no existe ninguna distinción entre el origen de los platillos típicos de las fechas, y si quisiera embriagarme frente a alguien siempre escogería a los perfectos desconocidos. De esos últimos hay más que las noches anteriores.
Todos embriagados de diferentes maneras. Destacando al alcohol comestible entre todas ellas.
El olor a melancolía inundaba la barra, que antes había sido limpiada de las tantas historias huecas de algunos de los ebrios más empedernidos que vería el edificio, y no ayudaba que yo aportara una dosis fresca de la misma sustancia imaginaria. Los festejos que se celebrarían afuera no opacarían la música y el ritmo de vasos y botellas de una cantina de “mala muerte.” Aquí hay mexicanos, no patriotas.
La comida amortiguaba la cerveza que pedí, y por ello me vi en necesidad de repetir la orden, varias veces; quitando la comida de cada una de ellas, claro está.
En algún momento de la noche vi que el reloj marcaba las 12:45. Tenía que estar mintiendo, porque a estas alturas la algarabía de las trompetas compradas por niños de padres precoces y las matracas de un negocio temporal, nunca sonaron. Allí alcancé a percibir con mis golpeteados sentidos que en ningún momento se dio el tan afamado “grito de independencia.”
El silencio de la noche y el frío aire de la plaza principal le vinieron bien a un par de pulmones repletos de humo de cigarro y aliento de aceite con alcohol. Mi cabeza estaría en otro lado pero mis nublados ojos sólo veían a un puñado de personas en las bancas y respaldo, algunas tenían detalles tricolores mientras que algunos se refugiaban en un abrazo lo suficientemente íntimo para un lugar público.
Todos los pisos tenían papeletas y demás basura. Eso no cambió.
El escenario donde hubo un par de bandas de música folclórica ya estaba a unas barras de ser desmantelado. Me sorprende que se vayan así de rápido. Tal vez yo debería hacer lo mismo. Al fin y al cabo mi celebración por una independencia bien ganada hace más de dos siglos ya terminó. Y me recordó que debo mucho pero he pagado poco.
