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Despues de todo es un mundo pequeno

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Después de todo, es un mundo pequeño

Por Mono



La puerta que Bonnibel abrió nos dio una vista del nuevo mundo. Cualquier cosa más allá de mi millar de años de edad fallaba en sorprenderme, en especial si vives en Ooo, pero esto de verdad era algo nuevo.

Cuando la princesa se encaminó al vórtice, de colores similares a los de la Nocheosfera, entré detrás de ella igual de rápido. Del otro lado nos encontramos con una versión masculina suya.

El color rosa predominaba en su piel así cómo en sus ropas, además hablaba con un claro acento alemán. Si no fuera por su cabello de goma de mascar más corto, y su género, pensaría que se trataba de la misma persona.

Se alabaron entre sí y sobre cómo se les ocurrió la idea del portal al mismo tiempo. No me importaba mucho entrar en una conversación de la cual no formaba parte, estaba más interesada en explorar el relativamente nuevo mundo al que acababa de llegar. Pensé en explorar el sitio y sus alrededores pero no sin antes decirle algo a la princesa.

— ¡¿De verdad?! ¡Yo también creé un BallBlamBurglerber!— suspiré con hartazgo y así fue cómo floté lejos del lugar.

Aun era de noche así que no había problema con llevar mi blusa roja, pantalón, y botas. El hacha parecía innecesaria pero lo prudente sería llevarla conmigo. No que fuera a dejarla aquí con los científicos locos.

Por fuera, el Dulce Reino no parecía tan diferente del de nuestra dimensión. Si así fuera entonces el resto de la tierra era exactamente igual, por lo que la casa de mi otro yo debe seguir en aquella cueva.

En el camino me encontré con que aquí el equivalente de las princesas son príncipes y que estos tampoco eran tan diferentes de sus contrapartes. La verdad no se sentía cómo un lugar nuevo.

Las historias de Simone siempre me parecieron graciosas y tristes a la vez. Siempre la encontraba escribiendo sobre este lugar, creando una versión alterna a las princesas que siempre frecuentaba. Siendo honesta, también me volvería loca conviviendo con nada más que mujeres.

El máximo enfoque recaía en la versión masculina de Fionna. Cada una de sus historias de ficción terminaba con el humano rubio que ella describía, rompiendo la cuarta pared mediante una declaración de amor a su escritora al final de cada capítulo.

Simone jamás aparecía en las historias y cuando lo hacía ella volvía a reescribirse fuera de ellas, claro, tras un ligero consejo. Al principio no le parecía buena la idea pero al ver que su intromisión ponía en juego la integridad de sus historias se vio obligada a hacerlo.

— Tal vez después buscaré a este Finn, para llevárselo cómo regalo — murmuré a pleno vuelo. Después de asustar a algunos edificios vivientes en mi camino me acerqué rápidamente a “mi” casa. Parecía que quien viviera ahí no se encontraba por el momento.

Aunque de cierta forma se trataba de un objeto de mi propiedad, no quise hacer enfurecer a mi otro yo cómo lo hice con Fionna y Jake, irrumpiendo en su casa. El timbre retumbó en el interior varias veces hasta que me harté y gire la perilla para tratar de entrar. Cedió al primer intento, tomé esto cómo una invitación y procedí a entrar mientras mencionaba mis razones.

— ¿¡Hola!? ¡¿Otro yo?! — me aseguré de que mi voz llegara a cada rincón de la casa —. ¡Soy tú de otra dimensión, vengo de visita! — al parecer no había nadie, o tal vez el rey de los vampiros de esta tierra era sordo.

El primer piso de la casa no era diferente, excepto que tenía un par de sacos de oro desparramados por el suelo. El dinero no es necesario para alguien que es inmortal. La cocina seguía ahí, el sofá… era cómodo para variar, y también cubría las necesidades de una mascota.

Schwabl era un fantasma, así que sus requisitos eran aceptables para cualquiera que se olvidara de ellos. Después de secar una manzana, que volví a dejar con el resto, me dirigí al segundo piso.

Lo primero que me llamó la atención fue la caja de arena que encontré tan pronto floté por las escaleras. Bueno, supongo que si yo tengo un perro es lógico pensar que él tendría un gato. Aunque este tiene que estar vivo para tener una caja de arena.

La cama en donde mi otro yo dormía estaba cubierta de pieles de diferentes animales. Me recordaba a la cama de Fionna.

— Debe ser una coincidencia— me dije a mí misma mientras revisaba un poco más los alrededores. Me encontré con la foto de una persona, esta tenía un color verde enfermizo en su piel, un cabello negro corto, y dos marcas de dientes sobre su cuello. En la foto hacía una seña roquera, su nombre estaba en una esquina de la foto, en forma de autógrafo. Era fácil distinguirla; decía Marshall Lee.

No pude evitar bufarme por la falta de imaginación para nombrar a mi alter ego. Bueno, ya se veía venir con el nombre reducido de Fionna dado al aventurero de esta tierra.

Al menos algo diferente tenía este sujeto: era egocéntrico.  Ni siquiera yo tengo una foto mía en algún sitio de mi casa y éste, Marshall Lee, tenía una autografiada.

La puse en su sitio y volví a revisar  el lugar. Me sorprendí al no encontrar instrumentos de música en ninguna de las cajas y en su lugar estas tenían armas de distintos tipos.

—Tal vez sólo somos parecidos físicamente…— murmuré de nuevo.

Creo que debí darme cuenta desde un principio del error que cometí al entrar, pero lo que me hizo darme cuenta fue el repertorio de camisas azules y pantalones tipo cargo que encontré en el closet.

Al principio dudé del gusto de mi otro yo, los gorros de oso de la repisa no le quedarían bien. La puerta se abrió del primer piso se abrió de golpe y causó que me tropezara con uno de los numerosos botines en el suelo. La puerta del ropero se cerró por mis movimientos.

Maldije por debajo de mi aliento a mi mala suerte. Mientras me desenredaba de una de las cuerdas, que por algún motivo estaban ahí,  pude ver entre los espacios de la puerta cómo dos figuras entraban al sitio. Estas discutían  y las cubría una mezcla de tierra y sangre seca.

— ¡¿QUÉ RAYOS PASABA POR TU MENTE NIÑO?! — exclamó la más pequeña de las figuras, ésta tenía un pelaje bicolor y ronroneaba cuando hablaba.

Obviamente se trataba del gato que vivía ahí. Al parecer, el doble de Jake.

— ¡CAKE, NO ES MI CULPA QUE EL GIGANTE TE HAYA TRAGADO, DOS VECES! — respondió con el mismo tono la voz de alguien más joven.

El cabello rubio que se asomaba en forma de mechones de la desgastada gorra de oso me llevó a la misma conclusión de hace unos momentos. Esta era la casa equivocada.

La cuerda seguía molestándome y yo trataba de desenredarme, pero no pude dividir mi atención de forma correcta entre lo que hacía y lo que escuchaba.

— ¡Como sea! iré a ver a mis pequeños. Tú toma un baño antes de ir a dormir — dijo la gata, creo que su nombre era Cake.

— ¿En serio? Yo creí que ya habían encontrado un lugar dónde vivir.

— Yo también, pero al parecer el mercado no ha ido bien y la mitad de ellos perdieron sus casas.

— ¿Cuál mercado?

— Un tianguis cualquiera. Vendieron sus casas pensando que ganarían mucho, pero en realidad todo salió muy mal.

— ¿Por qué les fue mal?

— Por qué vendieron sus casas, ¡¿No estás poniendo atención?!

El humano soltó un suspiro pesado y se despidió de lagata. Logré liberarme después de aprovechar el ruido de la puerta cerrándose para romper mis ataduras.

Pensé en simplemente salir del lugar y sorprenderlo, explicándole que entré en su casa y que me metí con sus cosas simplemente por qué podía hacerlo. Digo, Fionna hizo lo mismo que yo en una ocasión, y no me molesté por ello.

Tenía planeado hacerlo cuando subiera las escaleras, también aprovecharía para introducirme como la reina de los vampiros de otra dimensión. Me preparé para abrir las puertas del closet de par en par cuando el humano tuviera ambos pies sobre el piso de madera.

Me congelé en el lugar en el momento en que se despojó de su camiseta azul, tirándola en un lugar al azar. Me sorprendí a mí misma viendo cómo el resto del ropaje caía al piso, develando a un cuerpo adolescente cubierto de cicatrices y otras heridas que no había visto en mucho tiempo, juntas formaban un collage al cual me quedé viendo por demasiado tiempo.

Supongo que debe tener la misma edad que Fionna. Digo, sería raro que alguien de mi edad se quedara estupefacta viendo el cuerpo de un niño detrás de una puerta.

No era algo incorrecto, pero sin embargo se sentía…mal.

Al cerrar la puerta de baño detrás de él fue cuando me atreví  a flotar afuera del closet. El único sonido que escuché fue el agua corriendo en la regadera y al humano cantando. No era malo pero con gusto le daría lecciones.

Salir de la casa o esperarlo a que terminara su ducha eran las primeras opciones decentes que se me ocurrieron. Pero yo no hago así las cosas.

Más tarde me disculparía por lo que estaba por hacer. Tomé la manta que estaba cubierta por pieles y me aventuré de forma silenciosa al cuarto de baño.

La sombra que el humano causaba delató su posición, aunque él me viera venir no podía hacer nada al respecto. Incluso su voz hacía más silencioso mi vuelo, sí es que eso era posible.

Al pararme a unos centímetros de la cortina de baño no pude evitar un sentimiento de deja vú. Él dejaba el agua correr mientras cantaba algo sobre que era “Un bebé que puede bailar cómo un hombre…”. Ante esto una risita inconscientemente escapó de mi boca.

Ésta alertó al humano de mi presencia pero antes de que preguntara quién estaba ahí lancé la manta sobre él, haciendo también un nudo para evitar que escapara. Me maldijo varias veces mientras trataba de escapar.

— ¡MARSHALL ESTOY DESNUDO, POR GLOB DÉJAME IR!

Reí con malicia por su petición.

— Bobo, yo no soy Marshall…

— ¿Quién eres tú?

— Soy Marceline, la reina vampiro — supongo que no pierdo nada con introducirme a mi víctima de secuestro.

¿Marceline?

— ¿Qué sucede? — es raro que hable con un saco repleto de humano.

¡TE VOY A DAR TUS PATADITAS SÍ NO ME DEJAS IR!

No podía hacer mucho desde donde estaba pero aun así quise evitar los golpes y patadas que amenazaban con escapar del saco improvisado. Tengo planeado llevarle este regalo envuelto de carne a Simone.

— Vamos a que conozcas a una amiga mía.

— ¡TE PATEARÉ A TÍ Y A TU AMIGA!

La risa no faltó en el camino. Creo que él no quería caer desde una altura de trescientos metros a un campo verde.

— Marcie… t-t-t-t-tengo frio.

— Tranquilo, llegaremos pronto — contesté sin ponerle mucha atención, estaba concentrada en llegar antes de que saliera el sol.

E-e-e-es en se-serio, creo que voy a-

En todo el camino no faltó un momento en el que no tratara de escapar, por eso fue que me preocupé ahora. El saco dejó de moverse y se sentía más pesado de lo que debería.

Tal vez no debí llevarlo aún empapado o sin ropa alguna, quizás  la tela de la sabana era muy delgada. Sea cual sea la razón temí por su vida. Desenredé el nudo y miré hacia dentro.

Fui recibida con una mano en forma de puño que chocó con mi mejilla. Eso fue lo último que vi antes de perder el conocimiento. Me sorprendió lo fuerte que era, para ser un humano.

Supongo que caímos en picada en algún sitio, ya que cuando abrí los ojos ya no estaba en el aire. Tampoco había rastros de Finn en ninguna parte. Lo único que había era una fogata apagada y mi hacha empotrada en un tronco a medio cortar.

Estaba dentro de una cueva y tenía la manta que tomé de su cama encima de mí. Sería una escena muy romántica si no fuera por el hecho de que el lugar tenía una sombra muy limitada y que con la posición de ella podía deducir que más tarde tendría que moverme de ahí.

Encima del pedazo de tela que estaba cubriéndome había una hoja de maple que tenía un mensaje en ella.

Espero que no estés muerta. Si no lo estás, por favor no vuelvas a acercarte a mi casa.
P.D.: Tus pantalones son muy apretados.

No me sorprendió el hecho de que pudiera escribir en una hoja sin nada a la mano, sino lo último que ésta decía. Quise asegurarme de que no estaba bromeando levantando la sabana que cubría todo desde mi cintura hasta los pies.

Me encontré con que sólo tenía mis pantaletas puestas y qué no había nada, excepto la manta, cubriéndolas. Mis botas estaban bañándose en el sol en la entrada de la puerta.

Admito que sentí ira por su osadía pero pronto una sonrisa adornó mi rostro, reí cómo si hubiera escuchado el chiste más graciosos de la vida, y me desplomé en el piso.

Sería interesante quedarme un tiempo más… sólo para ver un nuevo mundo. Tomé la hoja y arriesgándome a una quemadura por el sol, la solté en el viento y vi cómo se alejaba.

Ignoraría esa dulce advertencia y tan pronto como anochezca saldré de esta cueva para ir a molestar a Finn y a su hermana.

— Creo que es el comienzo de una bella amistad… — murmuré.

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